Alberto Moleiro fichaje Villarreal CF ha ido dejando de ser una promesa discreta del fútbol insular para convertirse en una figura consolidada en el radar de la élite europea. Su fichaje por el Villarreal CF no es una anécdota más en el mercado veraniego, sino la validación de un trayecto cuidadosamente esculpido entre la perseverancia, la inteligencia táctica y una notable solidez emocional. Lo que distingue a Moleiro no es el fulgor momentáneo, sino una coherencia poco habitual para su edad: la coherencia de quien ha resistido la urgencia mediática y ha construido una identidad futbolística sólida, sin atajos.
Forjado en la cantera de la UD Las Palmas, su irrupción en el primer equipo no respondió a un relato de marketing, sino a una necesidad futbolística evidente. En un contexto competitivo como el de la Segunda División española, su capacidad de adaptación —ocupando zonas interiores, carriles exteriores o funciones mixtas— permitió a su cuerpo técnico confiar en él con continuidad. No obstante, su ascenso estuvo lejos de ser lineal. Tuvo que afrontar críticas, comparaciones prematuras con otros talentos emergentes como Pedri, y la presión implícita de ser “el siguiente en salir” de un club acostumbrado a exportar talento joven.
Moleiro respondió con profesionalismo y con un atributo cada vez más escaso en el ecosistema del fútbol contemporáneo: criterio. No se dejó absorber por el espectáculo ni por la ansiedad de los focos. Eligió permanecer en Las Palmas aun cuando su salida parecía inminente. Y lo hizo con una madurez que descolocó a más de uno. Asumió el peso de ser titular en una temporada desafiante, marcada por la fragilidad colectiva del equipo y un desenlace amargo con el descenso. Fue el jugador con más minutos disputados de la plantilla. No el más ruidoso, sino el más constante.
Su origen mixto —de padre cubano y madre canaria— aporta una dimensión identitaria que no es secundaria. En él confluyen dos culturas futbolísticas y sociales distintas. Pero lo que ha sabido hacer Moleiro es utilizar ese cruce como una ventaja competitiva. Su juego, de perfil asociativo, técnico y de lectura rápida, se enmarca en una tradición que valora la inteligencia por encima del músculo, la pausa sobre la aceleración ciega. Se ha formado en un entorno que le exigió desarrollarse sin concesiones, sin privilegios. Tuvo que ganarse el respeto desde el interior del campo. Y lo logró.
El Villarreal, entidad conocida por su apuesta estratégica por perfiles con proyección internacional, ha visto en él algo más que un mediapunta versátil. Ha identificado un activo futbolístico con mentalidad europea, capaz de integrarse en dinámicas colectivas complejas, con disponibilidad posicional y una ética de trabajo sobresaliente. La cifra del traspaso —una de las más elevadas en la historia del club insular— no solo refleja la calidad técnica del jugador, sino también su fiabilidad, su capacidad de rendimiento sostenido, su madurez incluso en entornos adversos.
No se trata aquí de construir una figura mitificada, sino de registrar con precisión el itinerario de un jugador que, sin escándalos, sin atajos promocionales, ha trazado una línea recta entre la cantera y la Primera División. Y que ahora se dispone a afrontar el desafío de consolidarse en uno de los campeonatos más exigentes del planeta.
Lo que no aparece en las estadísticas —pero que define también su historia— es ese hilo invisible que lo conecta con los suyos. En un grupo familiar de WhatsApp, disperso entre islas, países y generaciones, su nombre aparece con frecuencia. Se celebran sus goles, sus logros, incluso sus minutos en el campo. Muchos no lo conocen en persona, pero lo sienten como propio. Porque la familia —esa que lo sigue, lo nombra y lo abraza en la distancia— también juega su partido. Y ese respaldo silencioso, constante y real, forma parte del lugar al que Alberto Moleiro siempre podrá volver, sin importar a cuántos estadios llegue.
Del mismo modo, el cariño que despierta en los aficionados ha ido tejiendo una red de seguidores comprometidos, desde Canarias hasta la península y más allá. Clubes de fans que siguen cada paso, cada convocatoria, cada pase filtrado. Que lo admiran por lo que hace en el campo, pero también por cómo se conduce fuera de él. Y aunque muchos de ellos nunca hayan estrechado su mano, lo reconocen como un referente. Porque Moleiro no solo representa una manera de jugar: representa una manera de estar en el fútbol. Y eso —en tiempos de espectáculo vacío— es profundamente valioso.
Raymel Moleiro



